viernes, 5 de noviembre de 2010

FILOSOFÍA. Entrevista a André Comte-Sponville, filósofo francés

“Después de la vida no hay ‘na-da’.
 O sea, lo mismo que antes del 
nacimiento. 
A nadie le da miedo pensar qué
 era antes 
de ser concebido”

André Comte-Sponville es un filósofo (París, 1952) de gran
 éxito editorial, lo que parece corrobora una de sus 
premisas básicas: que el abandono de las religiones 
demanda más respuestas filosóficas. Vino al Centro 
de Cultura Contemporánea de Barcelona a hablar 
de capitalismo, y dijo que confía en la política como
 instrumento moralizador de la sociedad frente a la
 actividad económica, por esencia amoral. 
Y también vino a hablar de libros y humanismo.
 Además, reedita “Pequeño tratado
 de las grandes virtudes”, que ayuda a pensar
 y a sentirse mejor.



Elena Pita

Monsieur Sponville es un señor normal con aire de profesor
 y aspecto callado que se dedica a enseñar
 y divulgar asuntos sorprendentes. No se trata de ciencia 
ficción ni del más allá, sino de algo mucho
más terreno: André Comte-Sponville enseña a pensar.
 Pero lo que dice, de pura lucidez, inteligencia
 extrema, estalla en los sentidos como una boutade
 hasta que atraviesa el entendimiento. Entonces, 
su predicado se vuelve simple, tremendamente simple,
 razón pura. Enseña a pensar porque dice que,
 cuanto más piensa uno, mejor vive, y ya que la felicidad
 son sólo momentos de amor a la vida, y que
 la mejor vida que conocemos (y existe) es ésta de
 aquí, el pensamiento (o saber) es la única fórmula 
posible para ser felices. Además recomienda no esperar
 nada, porque la esperanza acarrea desilusión
 y/o frustración. Aconseja desear, eso sí, porque el deseo
 es la potencia de los actos humanos; pero
 desear sólo aquello que se tiene o que depende de uno mismo. 
Para este filósofo, “de creencia ateo”,
 fiel a la tradición judeocristiana, agnóstico y liberal de
 izquierdas (término de propio cuño), la esperanza
 es al deseo como el hambre al apetito. Tomen nota: 
más gratifican unos pinchitos que una henchida de cocido.

p.El objetivo de la filosofía, proclama, es la felicidad. 

¿Usted lo ha logrado?

R. Depende de los días, como todo el mundo. La felicidad

 no es un estado definitivo, sino provisional y frágil.
 Pero puedo decir que soy más feliz gracias a la filosofía,
 que ni es una panacea ni un euforizante ni un
 ansiolítico ni una droga, sino una forma de vivir la vida
 tal como es. Prefiero sentirme cansado o triste
 que artificialmente alegre, la felicidad no es real si no
 es lúcida.

P. Es decir, que la felicidad apenas son momentos de

 placer y alegría, ¿cierto?

R. Uno es feliz si está contento de vivir, incluso en

 momentos de tristeza o angustia: prefiero estar vivo
 que muerto, luego soy feliz. La verdadera felicidad
 es el amor a la vida, y esto incluye los momentos
 desagradables. Lo sabio es amar la vida y no
 simplemente la felicidad, porque quien ama la felicidad
 sólo amará la vida en los momentos de alegría.

P. La felicidad, dice además, es el estado en el

 que nada esperas, la desesperanza. ¿Y el deseo, no es
 útil para vivir y amar?

R. El deseo es muy útil, pero no es lo mismo que la esperanza. 

Como no es lo mismo el apetito (deseo)
 que el hambre (esperanza): si espero comer significa
 que no he comido, implica sufrimiento, puedo
 morir de hambre. En cambio el deseo de comer implica
 un placer, no un sufrimiento. Lo mismo puede
 aplicarse a la sexualidad, por ejemplo, si yo espero
 hacer el amor implica una frustración o carencia, 
mientras que el deseo sexual alude al placer durante 
el acto. Se trata de aprender a desear lo que se
 tiene (o sea, a amarlo) en lugar de esperar lo que no
 se tiene. Estoy de acuerdo con Spinoza cuando
 dice que el deseo es el sentido mismo del hombre; si
 el deseo se acaba, se acaba la Humanidad.

P. Dice que la filosofía nos aporta una felicidad basada

 en la verdad. Pero ¿la verdad no es siempre 
subjetiva? ¿Se refiere a su verdad? ¿Qué es la verdad?

R. Sí, efectivamente hay que distinguir entre la verdad

 objetiva y el conocimiento de uno o su pequeña
 verdad, pero aunque la verdad nunca se conozca
 absolutamente, sí lo suficiente para diferenciar entre 
verdad y mentira, conocimiento e ignorancia. Y este
 conocimiento nuestro parcial y relativo es suficiente
 para evitar el sufrimiento. La filosofía conduce a la 
felicidad a través de la verdad: ser lo más feliz posible
 siendo lo más lúcido posible; no es una panacea pero
 ayuda a no sufrir.

P. ¿Es feliz quien más sabe o quien más ignora? ¿El saber

 no es dolor?

R. Ésa es la fórmula del Eclesiastés de la Biblia: 

a mayor dolor, mayor sufrimiento. Sí, por un lado es más
 fácil ser feliz sin la noción de muerte o del sufrimiento
 en el mundo, como les sucede a los niños. Pero
 precisamente por esto es tan importante buscar a la
 vez felicidad y verdad, porque ser feliz a base de
 fantasías sólo conduce a la desilusión. Entonces, en
 una primera instancia es verdad que el saber aumenta
 el sufrimiento, pero precisamente por eso es necesario
 filosofar: hacer que el saber se convierta en un
 código de alegría y no de sufrimiento, para lo cual es
 preciso amar la verdad. En el fondo, la principal
 virtud filosófica es el amor a la verdad por la verdad.

P. Sabio, dice, es el que nada teme. Usted, que perdió

 a un hijo, que conoce ese dolor, ¿no teme lo que
pueda ocurrirles a sus otros tres hijos, por ejemplo?

R. Sí, por supuesto que tengo miedo, y precisamente

 por eso no soy un sabio. Me importa más la
 Humanidad que la sabiduría. El retrato de los sabios
 en la antigüedad clásica me parece exagerado.
 Montaigne dice que la sabiduría en exceso no es sino
 la locura. No deseo una sabiduría que me haga
 indiferente a la salud de mis hijos. Se trata de amar
la vida más que la felicidad, la Humanidad más
 que la sabiduría, y el sentimiento y la inquietud hacia
 los hijos es humano. Mi única sabiduría es aceptar 
que no soy un sabio. La sabiduría no sirve para erradicar
la angustia, en todo caso para aliviarla y ayudar
 a vivir con ella.

P. Dice que la pasión amorosa es sólo la ilusión por lo

 desconocido. ¿Qué ocurre cuando llegas a conocer
 al otro? ¿Es inevitable el desamor?

R. No, no, hay una diferencia efectiva entre enamorarse,

 que supone una ilusión por la persona que se ama
 y no se conoce, y amar verdaderamente, que es ilusionarse 
por alguien a quien sí se conoce. La cuestión es
 conseguir que este amor hacia el desconocido se transforme
 en amor hacia el conocido, porque cuando esto
 no sucede, entonces sí, viene el desamor. ¿Qué es un amigo?:
 alguien a quien se conoce muy bien y pese a
 ello se ama. Qué es la pareja, dos que se aman y son amigos.

P. ¿Cómo es su experiencia amatoria personal?, 

¿conoce ese amor verdadero?

R. Bueno, yo he tenido varias parejas. Desde hace 

algunos años tengo una relación de la que me siento muy
 satisfecho, precisamente porque la vivo como una
 experiencia verdadera, de conocimiento, que a la vez es 
de alegría, ternura, sensualidad. No puedo esperar más. 
La cuestión es, si uno prefiere amar a quien no conoce,
 no está sino amándose a sí mismo.

P. Se define “ateo fiel”. ¿Hacia quién o qué profesa esta fidelidad?

R. En general, soy fiel a la Humanidad, que ha

 producido lo mejor que conocemos, Buda, Lao-Tse, etcétera.
 Pero en particular soy fiel a la civilización judeocristiana,
 porque es la nuestra. Soy ateo porque no creo en Dios, 
pero fiel: considero que el valor moral del cristianismo,
 el espíritu de los Evangelios, continúa siendo esencial y
 esclarecedor. Lo que la Iglesia haya hecho a partir de 
esto es discutible, pero no el contenido humanístico
 evangélico.

P. De hecho, sus nociones de verdad, su proclama de 

amor a los enemigos (Bush incluido), ¿no son axiomas
 judeocristianos?

R. No exactamente. Lo que pretendo es reconocer que

 el hombre tiene enemigos y que, al contrario del
 cristianismo, no creo que haya que renunciar al combate,
 pero digo: en lugar de odiarlos, intenta amarlos. 
Admiro al que se bate sin odio, como aquel francés
 fusilado por los nazis que ante el pelotón de fusilamiento
 proclamó: muero sin odio al pueblo alemán. Es admirable. 
Yo reconozco que hay odio en el corazón humano,
 y el evangelio no.

P. Dice que la filosofía debe tomar el relevo de las

 religiones. ¿Explica esto el creciente interés por la ética?

R. No. Cuanto menos religiosos somos más necesitamos

 la filosofía y la ética. Una religión es un conjunto de
 respuestas y de convenciones, cuando esto desaparece
 es necesario buscar respuestas, que es lo que llamamos
 filosofar, y además uno necesita interrogarse sobre
 sus propios deberes: si no hay Dios al que obedecer,
 deberé gobernarme a mí mismo.

P. “Las religiones se nutren de la miseria”, le leo:

 ¿el hombre ético es más sabio y más rico que el hombre religioso?

R. Depende del individuo. No, yo diría que el ateo

 tiene una necesidad más urgente de filosofía y sabiduría,
 porque ayuda a vivir lo mejor que uno pueda, aquí y ahora. 
El creyente, como piensa que lo esencial llegará
 después de la muerte, no necesita ser sabio porque 
espera una salvación tras la muerte.

P. La religión, la fe, ¿es la aceptación de la ignorancia?

R. No, ésta no corresponde ni a la religión ni al ateísmo. 

La ignorancia es inherente a la condición humana:
 nadie sabe si Dios existe o no. Yo soy ateo porque creo
 que Dios no existe, pero no lo sé; de ahí que me
 defina como un ateo fiel y además no dogmático.
 Mi ateísmo no es una certeza sino una creencia negativa.
 Y lo mismo: el creyente es el que cree que Dios existe.
 Por tanto, ateos y creyentes deben tolerarse
 mutuamente, porque nadie conoce la verdad sobre este extremo.

P. Los fundamentalistas sí “saben” que Dios existe, están seguros.

R. Pero se equivocan. Yo diría que creen saber que Dios existe, 

que no es lo mismo. Según la teología
 cristiana, la fe no existirá en el paraíso, no habrá necesidad
 de creer en Dios porque se le conocerá. 
Esto quiere decir que la fe no es un saber, sino una necesidad
 para paliar su carencia. Creer en Dios,
pues, no es lo mismo que saber que Dios existe.

P. ¿Y usted cree en algo parecido al paraíso?

R. No. Yo soy partidario de disfrutar de la vida. 

Como alguien escribió tan acertadamente en un muro 
de París: “Hay una vida antes de la muerte”.

P. ¿Y después, qué más?

R. Na-da (en castellano). O sea, lo mismo que antes

 del nacimiento. Es un argumento bien conocido
 de la tradición materialista: a nadie le da miedo pensar
 dónde o qué era antes de ser concebido, 
entonces qué sentido tiene temer la misma nada después
 de la muerte. P. ¿Cree que después de 
escucharle hemos aprendido a vivir mejor?

P. No soy un psicoterapeuta ni un confesor, mi trabajo

 consiste en enseñar a la gente a pensar, que
 es el objetivo de la filosofía, y sí, espero que después
 de haberme escuchado o leído la gente piense
 un poco mejor y entonces viva un poco mejor.

Contra el presentismo, cultura


El filósofo vive alarmado por lo que él llama 
el presentismo de los tiempos, que ataca
especialmente a los jóvenes, “que saben mucha
 actualidad, datos, sucesos, y nada de Historia”. 
Y de este modo, cuenta, cada vez son menos y
 menos cultos, “porque la cultura es la fidelidad,
 la memoria del pasado; ambas cuestiones, 
actualidad e Historia, deben ir de la mano”. 
Por eso vino a Barcelona a hablar sobre libros 
y humanismo hoy. “La persona culta es aquella
 que ha leído muchos libros, y no la que ha ‘surfeado’ 
mucho en Internet. Atendemos a una clarísima regresión
 de la lectura frente a las novedades tecnológicas y las
 nuevas formas de placer y diversión, un mal que ataca
 más a los chicos que a las chicas. Y es urgente devolverle
 al libro su importancia, porque es un instrumento de saber
 y reflexión formidable, algo que no proporciona ni la
 televisión ni Internet”.
 Le he preguntado qué solución propone y el filósofo,
 cartesiano puro, dice que esto no tiene solución
 alguna. “Incluso hasta en mi generación, el libro
 era el mayor entretenimiento. E imaginémonos el
 siglo XIX, por ejemplo, sin radio ni televisión ni cine
 ni ordenadores: el libro era el gran divertimiento, 
la gente leía para no aburrirse, pero la civilización 
del ocio ha acabado con el aburrimiento.
 El libro nunca podrá recuperar el lugar que ocupó,
 pero debemos devolverle su utilidad como
 instrumento para aprender, reflexionar y cultivarse”.
¡Liberalismo de izquierdas!


Sponville tiene un libro titulado “El capitalismo ¿es moral?” 
El filósofo se responde a sí mismo:
 “La economía es una ciencia, y por tanto amoral, pero 
no inmoral. No es cierto que la Humanidad
 sea generosa y que por culpa del capitalismo se haya
 vuelto egoísta; no, la Humanidad, como toda especie 
animal, es egoísta, y esa es la razón de ser del capitalismo,
 que es eficaz porque es amoral, pero precisamente por eso,
 también insuficiente. Entre la racionalidad amoral
 del capitalismo y los valores morales del individuo debe
 interponerse la política”. Y en ello confía, es optimista,
 “sí, la política sigue siendo una cuestión importante”. 
¿Pese a estar gobernada por la economía? “Yo no creo
 que los políticos estén gobernados por las empresas: 
en una democracia, es el pueblo quien gobierna”. 
Gesto escéptico: “Sí, sí, yo creo que los estados son
 más fuertes que las empresas. La economía capitalista
 es mucho más eficaz que la estatal, pero en una sociedad
 no todo es mercado: la salud, la justicia, la libertad,
la educación, necesitan al estado para que 
se ocupe de ellas”. Sponville militó en el PCF entre los
 años 70 y 80, hasta que el marxismo, dice,
 evidenció su arcaísmo. Ahora se define como un liberal de
 izquierdas, “aunque suene paradójico:
 apoyo el liberalismo económico, pero soy socialdemócrata
 en cuanto a lo social: es el estado y no
 el mercado quien debe crear la justicia y defender a los más débiles”.
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