viernes, 22 de octubre de 2010

FILOSOFÍA. SÓCRATES, ÚLTIMOS MOMENTOS

La supuesta cárcel de Sócrates en Atenas
AL MENOS PARA MÍ, UN ALEGATO (ADEMÁS DE OTRAS COSAS) CONTRA LA PENA DE MUERTE


FEDÓN. PLATÓN.

Después de que él hubo dicho esto, habló Critón:
 -Bien, Sócrates, ¿qué nos encargas a éstos o a mí, acerca de tus hijos
o de cualquier otro asunto, que nosotros podamos hacer a tu agrado y
que haremos muy a gusto?
-Lo que continuamente os digo -dijo él-, nada nuevo. Que cuidándoos
de vosotros mismos haréis lo que hagáis a mi agrado y al de los
míos y de vosotros mismos, aunque ahora no lo reconozcáis. Pero si os
descuidáis de vosotros mismos, y no queréis vivir tras las huellas, por
así decir, de lo que ahora hemos conversado y lo que hemos dicho en el
tiempo pasado, por más que ahora hicierais muchas y vehementes promesas,
nada más lograréis.
-En eso nos afanaremos -dijo-, en hacerlo así. ¿Y de qué modo te
enterraremos?
-Como queráis -dijo-, siempre que me atrapéis y no me escape de vosotros.
Sonriendo entonces serenamente y dirigiéndonos una mirada, comentó:
-No logro persuadir, amigos, a Critón, de que yo soy este Sócrates
que ahora está dialogando y ordenando cada una de sus frases, sino que
cree que yo soy ese que verá un poco más tarde muerto, y me pregunta
ahora cómo va a sepultarme. Lo de que yo haya hecho desde hace un
buen rato un largo razonamiento de que, una vez que haya bebido el
veneno, ya no me quedaré con vosotros, sino que me iré marchándome
a las venturas reservadas a los bienaventurados, le parece que lo digo
en vano, por consolaros a vosotros y, a la par, a mí mismo. Salidme,
pues, fiadores ante Critón -dijo-, pero con una garantía contraria a la
que él presentaba ante los jueces. Pues él garantizaba que yo me
quedaría. Vosotros, por tanto, sedme fiadores de que no me quedaré
después que haya muerto, sino que me iré abandonándoos, para que
Critón lo soporte más fácilmente, y al ver que mi cuerpo es enterrado o
quemado no se irrite por mí como si yo sufriera cosas terribles, ni diga
en mi funeral que expone o que lleva a la tumba o que está enterrando a
Sócrates. Pues has de saber bien, querido Critón -dijo él-, que el no expresarse
bien no sólo es algo en sí mismo defectuoso, sino que, además,
produce daño en las almas. Así que es preciso tener valor y afirmar
que sepultas mi cuerpo, y sepultarlo del modo que a ti te sea grato y
como te parezca que es lo más normal.
Después de decir esto, se puso en pie y se dirigió a otro cuarto con la
intención de lavarse, y Critón le siguió, y a nosotros nos ordenó que
aguardáramos allí. Así que nos quedamos charlando unos con otros
acerca de lo que se había dicho, y volviendo a examinarlo, y también
nos repetíamos cuán grande era la desgracia que nos había alcanzado
entonces, considerando simplemente que como privados de un padre
íbamos a recorrer huérfanos nuestra vida futura. Cuando se hubo lavado
y le trajeron a su lado a sus hijos -pues tenía dos pequeños y uno ya
grande- y vinieron las mujeres de su familia, ya conocidas, después de
conversar con Critón y hacerle algunos encargos que quería, mandó retirarse
a las mujeres y a los niños, y él vino hacia nosotros. Entonces
era ya cerca de la puesta del sol. Pues había pasado un largo rato dentro.
Vino recién lavado y se sentó, y no se hablaron muchas cosas tras esto,
cuando acudió el servidor de los Once y, puesto en pie junto a él, le
dijo:
-Sócrates, no voy a reprocharte a ti lo que suelo reprochar a los demás,
que se irritan conmigo y me maldicen cuando les mando beber el
veneno, como me obligan los magistrados. Pero, en cuanto a ti, yo he
reconocido ya en otros momentos en este tiempo que eres el hombre
más noble, más amable y el mejor de los que en cualquier caso llegaron
aquí, y por ello bien sé que ahora no te enfadas conmigo, sino con ellos,
ya que conoces a los culpables. Ahora, pues ya sabes lo que vine a
anunciarte, que vaya bien y trata de soportar lo mejor posible lo inevitable.
Y echándose a llorar, se dio la vuelta y salió.
Entonces Sócrates, mirándole, le -contestó:
-¡Adiós a ti también, y vamos a hacerlo!
Y dirigiéndose a nosotros, comentó:
-¡Qué educado es este hombre! A lo largo de todo este tiempo me ha
visitado y algunos ratos habló conmigo y se portaba como una persona
buenísima, y ved ahora con qué nobleza llora por mí. Conque, vamos,
Critón, obedezcámosle, y que alguien traiga el veneno, si está triturado
y si no, que lo triture el hombre.
Entonces dijo Critón:
-Pero creo yo, Sócrates, que el sol aún está sobre los montes y aún no
se ha puesto. Y, además, yo sé que hay algunos que lo beben incluso
muy tarde, después de habérseles dado la orden, tras haber comido y
bebido en abundancia, y otros, incluso después de haberse acostado con
aquellos que desean. Así que no te apresures; pues aún hay tiempo.
Respondió entonces Sócrates:
-Es natural, Critón, que hagan eso los que tú dices, pues creen que
sacan ganancias al hacerlo; y también es natural que yo no lo haga.
Pues pienso que nada voy a ganar bebiendo un poco más tarde, nada
más que ponerme en ridículo ante mí mismo, apegándome al vivir y escatimando
cuando ya no queda nada. Conque, ¡venga! -dijo-, hazme caso
y no actúes de otro modo.
Entonces Critón, al oírle, hizo una seña con la cabeza al muchacho
que estaba allí cerca, y el muchacho salió y, tras demorarse un buen rato,
volvió con el que iba a darle el veneno que llevaba molido en una
copa. Al ver Sócrates al individuo, le dijo:
-Venga, amigo mío, ya que tú eres entendido en esto, ¿qué hay que
hacer?
-Nada más que beberlo y pasear -dijo- hasta que notes un peso en las
piernas, y acostarte luego. Y así eso actuará.
Al tiempo tendió la copa a Sócrates.
Y él la cogió, y con cuánta serenidad, Equécrates, sin ningún estremecimiento
y sin inmutarse en su color ni en su cara, sino que, mirando
de reojo, con su mirada taurina, como acostumbraba, al hombre, le dijo:
-¿Qué me dices respecto a la bebida ésta para hacer una libación a
algún dios? ¿Es posible o no?
-Tan sólo machacamos, Sócrates -dijo-, la cantidad que creemos precisa
para beber.
-Lo entiendo -respondió él-. Pero al menos es posible, sin duda, y se
debe rogar a los dioses que este traslado de aquí hasta allí resulte feliz.
Esto es lo que ahora yo ruego, y que así sea.
Y tras decir esto, alzó la copa y muy diestra y serenamente la apuró
de un trago. Y hasta entonces la mayoría de nosotros, por guardar las
conveniencias, había sido capaz de contenerse para no llorar, pero
cuando le vimos beber y haber bebido, ya no; sino que, a mí al menos,
con violencia y en tromba se me salían las lágrimas, de manera que cubriéndome
comencé a sollozar, por mí, porque no era por él, sino por
mi propia desdicha: ¡de qué compañero quedaría privado! Ya Critón
antes que yo, una vez que no era capaz de contener su llanto, se había
salido. Y Apolodoro no había dejado de llorar en todo el tiempo anterior,
pero entonces rompiendo a gritar y a lamentarse conmovió a todos
los presentes a excepción del mismo Sócrates.
Él dijo:
-¿Qué hacéis, sorprendentes amigos? Ciertamente por ese motivo
despedí a las mujeres, para que no desentonaran. Porque he oído que
hay que morir en un silencio ritual. Conque tened valor y mantened
la calma.
Y nosotros al escucharlo nos avergonzamos y contuvimos el llanto.
Él paseó, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba,
pues así se lo había aconsejado el individuo. Y al mismo tiempo el
que le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los
pies y las piernas, y luego, aprentándole con fuerza el pie, le preguntó
si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con sus
pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando
frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le llegara al
corazón, entonces se extinguiría.
Ya estaba casi fría la zona del vientre cuando descubriéndose, pues
se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:
-Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo
descuides.
-Así se hará -dijo Critón-. Mira si quieres algo más.
Pero a esta pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un
estremecimiento, y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada.
Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.
Éste fue el fin, Equécrates, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre,
podemos decir nosotros, de los que entonces conocimos, y, en modo
muy destacado, el más inteligente y más justo.

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