ELLOS Y NOSOTROS
Pues sí, me siento superior. Qué quieren que les diga. No me
identifico, para nada, con las élites económicas y políticas de este o
cualquier otro país. Yo no tengo dinero, posesiones, poder, es decir, soy un
“pringado”. ¡Que gran honor! No ser una persona de éxito, un triunfador, un
“winner”. Mejor así. Sí, me he vuelto loco.
Vosotros no tenéis lo que tenemos nosotros: la felicidad, la
independencia, la libertad, la autonomía, el ser uno mismo. Ese saber vivir
–hasta donde se puede- que nos permite estar medianamente –o mucho- satisfechos
aunque esa pretensión nunca acabe. Pero tampoco sufrimos en exceso. No buscamos
como único fin lo que simplemente debería ser un medio: tener. No necesitamos
ocupar ese vacío existencial con cosas. No nos sentimos interiormente
miserables. Y para ello no necesitamos hacer miserables a otros. Nos basta con
realizar la tarea, el quehacer –que diría Ortega- más importante en nosotros:
nuestra vida. Solo la nuestra, y no
necesitamos destrozar la de otro para ello. Solo ocuparnos de nuestra vida y de
nuestra circunstancia, ambas indisolubles partes del yo. Algo tan simple y tan grandioso como estar a
gusto con uno mismo. Ahora lo llaman autoestima o, como se decía antes, amor
propio. Pensar en nosotros y lo que nos importa para superarnos, mejorarnos,
vivir. Estar por encima de lo que algunos digan maliciosamente, por encima de
vuestra mezquindad, mediocridad y complejidades de inferioridad. Tendréis
dinero pero os falta lo más vital.
Ya sé, diréis que me autoengaño, que me consuelo ante mi
vida fracasada. Que no tener dinero y poder es ser un fracasado. La gente no te
“respeta” tanto. “A ti lo que te pasa es que tienes envidia”. En la antigüedad era mejor ser dios que
mortal. Pero algunos piensan que no era así porque los dioses envidiaban a los
humanos. Sí. Envidiaban nuestra mortalidad. Nosotros vivimos; ellos solo
“existen”. Vivir es sinónimo de cambio. Los dioses no pueden cambiar. Han sido,
son y serán siempre ya todo. Su venganza consistía en hacernos sufrir. Seres
inferiores. Los ricos no viven, simplemente van sufriendo por un deseo jamás
satisfecho. Acomplejados, no empáticos (antipáticos, etimológicamente
hablando). Enfermos, su “pathos”, sus emociones están desequilibradas. Algunos
hasta psicópatas (“pathos” otra vez).
¿Cómo conseguir esa falta de humanidad? Con lo que se pueda comprar, con
cosas pero no saben hacerlo con relaciones humanas saludables. Han dejado a las
personas por debajo. No te hacen rico y poderoso. Más bien son un estorbo.
Sí, mandáis. Decidís cómo hemos de vivir los demás. Decidís
las leyes aunque nos hagáis creer que lo hacemos nosotros. Qué pensar, qué
comprar, cómo vivir, qué metas tener, qué es lo correcto. Pero algunos
resistimos. O eso creemos. Y ese placer de desmarcarse, de miraros con ironía y
aires de superioridad no se puede comprar. Es un privilegio irrenunciable e
inconquistable. Jamás nos lo arrebataréis. Sabemos disfrutar de lo que J.M.
Serrat llamó “aquéllas pequeñas cosas”, esas cosas para las cuales estáis
completamente ciegos y no podréis pagar ninguna “operación” que os las permita
ver. Pobres desgraciados.
Para que no digáis –que me importa poco- que soy un clasista
decir que está claro que hay gente no rica que también es así. Mezquinos,
mediocres, envidiosos, insatisfechos. Solo que no han conseguido ser ricos y
poderosos. Esos sí son unos fracasados por partida doble.
Así que ya basta de sentirnos mal –al que le pase-.
Digámoslo a los cuatro vientos: somos mejores. Sin complejos. No es
discriminación: es una realidad. No es soberbia, no es falta de humildad. Ese
es un invento de los poderosos para que no se te ocurriera compararte con
ellos. Ya está bien. ¿Qué tiene de malo sentirte orgulloso de lo que sí eres?
Sí serías un fanfarrón si lo hicieses con lo que no tienes o eres. El orgullo
de ser buena persona. Sí. Ya está bien de que cuando oímos lo de “buena
persona” parezca algo ridículo. Para Platón llegar a conseguir ser buena
persona, saber lo que es el Bien, era la cima más alta para la inteligencia. El
mayor reto.
Resistamos al presión social, a la ideología del “number
one”, al sueño americano, al winner frente al looser. Sí, número uno pero no en
la lista Forbes. Número uno donde muchos
pueden ser el número uno. No es exclusivo. No necesito números dos, tres para
yo ser el número uno porque me comparo conmigo y no necesito negar para
afirmarme yo como hacen los nacionalismos. Sin necesidad de distinguirme, sin
necesidad de aceptación, sin necesidad de buscar la felicidad en la compra
interminable de cosas, consumismo que hace ricos a esos miserables.
Somos poderosos. Tenemos el poder real, no ese poder que da
el dinero. Tenemos el poder de ser señores de nosotros mismos. ¡No nos dejemos vencer! Somos mejores, sin
duda. ¡Pobres poderosos que solo tienen poder! Lástima.
Gracias, doblemente gracias. Lo leí en el momento de la publicación, y hoy, parece ser que tres años más tarde. Sigue encantándome.
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